Contamos con un sistema educativo que nos anula nuestro criterio, las ganas de aprender, de investigar, de descubrir, nos mata la curiosidad con el primer “timbrazo” de la guardería. Ese ruido que nos obliga a dejar lo que estemos haciendo, por mi importante que sea para nosotros en ese momento, para ponernos a otra tarea y no lo hace de forma casual. El sistema nos prepara para un mundo laboral en el que contradecir a tu superior es lo último que se te debe de pasar por la cabeza. ¿Quién eres tú para cuestionar el statu quo? Nadie o al menos, eso nos enseñan.
En un mundo en el que hacer preguntas está mal visto, el inconformismo es tildado de radicalismo y la valentía de locura, intentar cambiar el detalle más ínfimo se convierte en una tarea titánica. ¿Dónde quedaron aquellos luchadores que eran capaces de identificar los males que acusaban a la sociedad en la que crecían y luchaban para mejorarla? ¿Dónde están las ansias de influir positivamente en el mundo que nos rodea? ¿Quién nos robó esos valores que nos definen como personas individuales con capacidad de raciocinio? ¿Hacia dónde caminamos sin las preguntas adecuadas? ¿Por qué tenemos tanto miedo a defender nuestras ideas, nuestro criterio, nuestras creencias, nuestros valores? ¿Qué tipo de educación tenemos si a niveles universitarios el alumno malo sigue siendo aquel que se rebela, que cuestiona al profesor? ¿Qué queremos enseñarles? Sigue leyendo